Déjalo que duela.
Al final del día voy a dormir, olvidando todo esto. Luego
despertaré sin saber qué parte es real y qué parte sólo sueño, y me fingiré
seguro de la respuesta. Me diré:
“Jacques, has estado cayendo por este abismo desde hace más
de trece años. Has perdido las ropas por la erosión del viento, se ha
cristalizado tu piel por la temperatura y la falta de sol, sólo te queda tu
reloj y las visiones”
Tal vez esto es patológico y ya. Tal vez al otro lado del
dormir vivo una vida real y cada noche sueño la misma pesadilla. La del niño
que tropezó y cayó en el lugar incorrecto en el momento incorrecto. Todo por
hacer lo incorrecto. Ahora soy un adulto que podría llamarse experto en el arte
de caer.
Están las visiones, eso sí. Colores que cobran formas y
rostros, silbidos que se hacen voces. No estoy solo y tal vez ni siquiera son
visiones, sino verdaderos seres que me acompañan o que caen también.
A quién engaño. Estoy solo.
Y me consuela imaginar que alguien allá arriba aún pregunte
por mí.