Hay cientos de máscaras sobre las
mesas del estudio de la Reina. “Maravillas” diría cualquiera, pues estas parecieran
ser pinturas al óleo, sin embargo no tienen ningún papel, lienzo ni base
similar. El sonido es el del vacío, excepto por la constante interrupción de la
voz en las bocinas. “A continuación: El último día del Rey”, repite y repite
con voz mecánica.
Con excepción del espejo frontal,
todas las paredes están tan manchadas que no se puede adivinar cuál es su color
original. Yo, en lo personal, creo que ni siquiera hubo paredes, sino que entre
tanta mancha se fueron armando en
una intuitiva y caprichosa arquitectura. Un cascarón para la representación del
joven Rey sentado sobre una silla, a espaldas de otra vacía. Igual, oleoso. Contornos bien definidos, desnudo y
fuerte, como se mostrara ante sus súbditos en los primeros días de su gobierno.
“A Continuación: El último día
del Rey”
El público se amontona del otro
lado del espejo, por ahí por donde es sólo cristal. Observan maravillados la
representación realizada por la Reina de su esposo en su juventud. Pocos lo
recuerdan así, sólo los más viejos. Hoy casi todos piensan en su Rey
agonizante, que seguramente reposa con una respiración entrecortada en alguna parte
de su palacio, mientras su mujer le rinde un homenaje en un museo.
-Siempre fue una gran artista, la
Reina.
“A Continuación: El último día
del Rey”
De entre las paredes que pueden
ser sólo manchas, se abre una puerta. Entra la Reina, que logra escuchar las
voces sorprendidas del público del otro lado del espejo. Ella también es vieja.
Flaca, como nunca lo había sido. Arrugada y más cubierta por una corteza vieja
que por piel. Se acerca al espejo, como si pudiera ver a través de él y con una
sonrisa empieza a desnudarse.
Libre de joyas y velos, sin
corona ni nada que la distinga, su cuerpo que a pesar de lo flácido se ve
seguro y lleno de la vida de la madre sabia, se acerca a la pintura en óleo de su
marido.
Lo Besa.
“A Continuación: El último día
del Rey”
El público aún confundido por la
aparición inesperada de su Reina y sus acciones tan despreocupadas, se confunde
aún más cuando ella se sienta en la silla vacía y se empieza a pintar con los
dedos. Conforme la pintura va cubriendo su cuerpo, ella se ve joven, con contornos definidos. Desnuda y fuerte,
como se mostrara ante sus súbditos en los primeros días de su gobierno.
“A continuación: El último día
del Rey”
Los de nuevo jóvenes Reyes
sentados espalda con espalda, se alcanzan a ver de reojo una última vez. Ven la
pintura que hoy los convierte en lo que serán para siempre.
Lentamente dejan de respirar.
“Gracias por su asistencia, los invitamos a la próxima exposición...”